Todos tenemos un pasado… y un presente en el que a veces nos comemos un bollo.
No es ideal. No es lo que recomiendan los nutricionistas. Pero es real.
Y si tienes disbiosis, intolerancia a la histamina o simplemente un intestino reactivo, sabes que ese bollo —aparentemente inofensivo— puede dejarte KO al día siguiente.
¿Entonces hay que vivir en la represión? No. Pero sí con inteligencia digestiva.
Aquí te contamos cómo cometer un “pecado alimentario” sin desencadenar una batalla en tu barriga.
No lo mezcles con nada más
El bollo solo. A palo seco. Sin café, sin zumo, sin postre, sin embutido, sin fruta.
Cuanta más mezcla, más caos digestivo.
Un alimento problemático en solitario es un enemigo. Pero en compañía… es un ejército.
Come lento, con conciencia
Nada de devorarlo en dos mordiscos y seguir con tu vida.
Si lo vas a hacer, hazlo bien: mastica, observa cómo te sienta. Sé consciente.
Cuanto más bien masticado llegue al estómago, menos residuos fermentables habrá abajo.
Haz una pausa digestiva real después
Deja pasar 4–5 horas sin comer nada más. Ni fruta, ni snack, ni “solo una infusión con leche vegetal”.
Tu cuerpo necesita procesar, desintoxicar y reequilibrar. Dale espacio.
Muévete
Un paseo de 20–30 minutos tras comer el bollo puede ser tu salvación.
Activa el tránsito, reduce fermentación, estimula el nervio vago.
Ayuda al cuerpo con pequeños aliados
Si lo toleras bien:
- Agua tibia con limón.
- Infusión de manzanilla, anís o hinojo.
- Glutamina en ayunas al día siguiente.
No es magia, pero reduce el impacto.
Tómalo como una observación, no como una caída
El “pecado estratégico” tiene un objetivo: observar cómo reacciona tu cuerpo, aprender, ajustar.
No es una derrota. Es un test en condiciones controladas. Y eso… es sabiduría digestiva aplicada.
Conclusión
No es el bollo. Es el cómo, el cuándo y el con qué.
Y si vas a saltarte las reglas, hazlo con inteligencia.
Porque incluso dentro del caos, hay maneras de proteger tu sistema digestivo.